REFLEXIÓN BÍBLICA DOMINICAL Oscar Montero Córdova SDB
DOMINGO 03 DEL TIEMPO ORDINARIO
Año A 2010 – 2011
“Luz y vocación para construir el Reino de Dios”
“El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y en sombras de muerte, una luz les brilló”. (Is 9, 1; Mt 4, 16). No pocas personas en el mundo de hoy formamos parte de ese pueblo que habita en tinieblas y en sombras de muerte. Nuestra existencia y la historia de nuestras ciudades se tiñen constantemente de asesinatos, suicidios, robos, depresiones, rupturas familiares, fracasos escolares, abortos, pedofilia, etc. toda una verdadera cultura de muerte. Al parecer, nos falta la esperanza del profeta Isaías y la fe de evangelista Mateo para ver cumplida en su plenitud la gran promesa. Si los tuviéramos delante de nosotros les diríamos con todo el desparpajo del mundo: “De lo que anunciaron ustedes, sólo se cumple la mitad de las dos frases; porque la luz grande ni su brillo nos han llegado todavía”.
Y es que la presentación de Jesús como “luz del mundo” (Jn 8, 12) o “luz de los hombres” (Jn 1, 4) no anula en ningún momento la libertad de este mundo y la de las personas que lo habitamos. “Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron” (Jn 1, 11). Si todavía no alcanzamos a ver el brillo y la luz de Cristo en nuestra existencia y en la historia de nuestras ciudades, no es porque sea ineficaz la salvación que Él nos trajo. Simplemente, nos hemos cerrado a ella, y Dios no fuerza ningún corazón ni ninguna mente. No en balde, santa Teresa de Jesús repetía que “todo el daño que viene al mundo es de no conocer las verdades de las Escrituras”.
Por esto, junto al tema de la luz, el evangelista nos propone el tema de la conversión. “Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: -«Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos.»” (Mt 4, 17). Y es que Dios quiere que cuanto antes impere la luz de su reino: la justicia y la paz, la verdad y el amor, la solidaridad y el respeto, la unidad y la comprensión… Pero nos equivocamos si pensamos que el advenimiento del Reino de Dios o de los cielos –los judíos por respeto al nombre de Dios, preferían usar esta expresión- anula nuestra capacidad de decidir por nosotros mismos. La llamada a la conversión de parte de Jesús apela a toda la riqueza de nuestra persona: nuestra mentalidad, nuestra voluntad, nuestros deseos, nuestra manera de ver la vida, nuestras relaciones personales, nuestros talentos, nuestras debilidades. ¡No podré ver el Reino de Dios –la luz que vence a las tinieblas, la vida que vence a la muerte- si antes no hago el esfuerzo de cambiar!
“Vengan y síganme, y les haré pescadores de hombres” (Mt4, 19). Y es que para que su luz llegue a todos y para que su Reino se instaure en todo grupo humano, Dios llama a todos los bautizados a una vocación particular. Y miren que digo “a todos los bautizados”. Y es que en nuestro lenguaje hemos equiparado la vocación a cuestión de curas, religiosos y monjas. ¡No! La vida es, siempre y para todos, vocación. De Dios recibimos un don -sacerdocio, vida consagrada, matrimonio, familia, profesión- pero con el don viene una tarea –predicar, confesar, educar, curar, asistir, servir-.
No olvidemos este hermosa ecuación: REINO DE DIOS = LUZ x VOCACIÓN. Dios me llama (vocación) para que su Evangelio (luz) llegue a las tinieblas de mis hermanos y hermanas y así todos veamos edificarse su Reino de justicia y de paz en toda raza, pueblo y nación.
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