domingo, 30 de enero de 2011

Reflexión dominical 30 enero de 2011

Reflexión dominical 30 enero de 2011

DICHOSOS LOS DE CORAZÓN SENCILLO

De la mano de San Mateo, en este ciclo A, llegamos al cuarto domingo del tiempo ordinario.
En él se nos dice cuáles son las preferencias del Señor.
Sofonías nos dice que los predilectos de Dios son los humildes que cumplen los mandamientos. Todos ellos formarán “un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. No cometerá maldades ni dirá mentiras”.
Estos hombres son los que pasarán la historia de la salvación del Antiguo al Nuevo Testamento. Con ellos estará siempre el Señor.
Por eso, cuando Pablo escribe a los corintios y examina la asamblea que forman todos ellos, se da cuenta de cómo se cumple el plan de Dios en la joven Iglesia:
“Fíjense en su asamblea, no hay muchos sabios en lo humano ni muchos poderosos ni muchos aristócratas. Todo lo contrario, Dios ha escogido lo necio del mundo para humillar a los sabios y ha escogido lo débil del mundo para humillar a los poderosos”.
Nos advierte San Pablo que precisamente esta elección que ha hecho Dios es para que nadie pueda gloriarse en su presencia y la única gloria nuestra sea la del mismo Señor. Así permaneceremos siempre en la humildad que nos lleva a la verdad y que consiste en aceptar que Dios es el Señor.
El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús sentado en la montaña como un nuevo Moisés que enseña al pueblo las nuevas leyes con que han de regirse, si quieren pertenecer al Reino definitivo que Dios quiere para los suyos.
Las nuevas leyes son complemento del Antiguo Testamento, como iremos viendo los próximos domingos, y otros llevan la novedad y el calor del Evangelio de Jesús.
Jesús empieza su discurso con las bienaventuranzas en las que, con todo detalle nos dice quiénes son, en la vida práctica, sus predilectos.
Los primeros, coincidiendo con Sofonías, son los humildes que tienen corazón de pobre. Dios es su única riqueza.
Luego vienen los sufridos, los mansos, los que se alimentan con la justicia, aunque los persigan; los que tienen un corazón misericordioso como el de Dios que se definió a sí mismo como “clemente y rico en misericordia”; los de corazón limpio y los que trabajan por la paz.
Finalmente viene la última bienaventuranza que es considerada como el fruto del Espíritu Santo más importante porque, quien soporta estas situaciones, vive como ninguno la vida de Cristo:
“Dichosos cuando los insulten y los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos porque su recompensa será grande en el reino de los cielos”.
Aparentemente Jesucristo tuvo muy mal gusto y, según los criterios de la mayor parte de los hombres, sobre todo los de nuestro tiempo, hubieran entrado con mucha más facilidad e ilusión en el Reino si todo se hubiera presentado al revés.
Vean qué fácil hubiera sido:
Dichosos los que tienen plata, felices los que no aguantan moscas, los vivos y aprovechados, los que se revuelcan en la corrupción, los que nunca son perseguidos y se defienden con las armas, los que se esfuerzan únicamente en mantenerse tranquilos y felices al margen de todos y de todo.
Pero, el Señor es el Señor y las bienaventuranzas son el camino que Él ha propuesto.
Quizá la lección de este domingo resulte un tanto dura, pero solemos decir que lo que vale cuesta. Y también que lo que cuesta, vale.
Resumiendo las ideas fundamentales de este día vamos, como hacemos siempre, al salmo responsorial que nos dice:
“Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”.
Y el salmo aleluyático, a su vez, nos presenta la felicidad que produce cumplir las bienaventuranzas: “estén alegres y contentos porque su recompensa será grande en el cielo”. Esto explica que tantos sencillos y pobres de este mundo pero llenos de Dios, se mantengan en paz y alegres a pesar de todas las contradicciones que encuentren. Es que en ellos se cumple el Evangelio de Jesús cuyo fruto es siempre “el gozo y la paz”.
Si el Reino de Dios es “la piedra preciosa” por lo que hay que vender todo lo que uno tiene…será necesario adquirir el Reino con todo el sacrificio para poder ser felices y asegurarse una eternidad con el Señor.
Por lo demás, quien va adelante cumpliendo todo este programa es siempre Jesucristo porque, en fin de cuentas, Jesucristo es el primero en todo.   

                                                                                      José Ignacio Alemany Grau, Obispo

El evangelio de hoy nos presenta la ley, la costitución del nuevo pueblo de Dios . En ella, Dios elige a los débiles y pobres de este mundo, para confundir a los fuertes y sabios. En primer lugar, hallamos que son dichosos o "suertudos ", los "pobres en espíritu", a quienes la sociedad les ha negado justicia .Dios, aliado de los pobre...s, construye con ellos su Reino como una sociedad alternativa, basada en la igualdad y la fraternidad. "Suertudos" los mansos, esto es, los qeue fueron desposeidos por los poderosos: losilegales o emigrantes, los que se quedaron sin tierra ni casa, los que no tienen trabajo... ¡Dios está con ellos y su soberanía les garantiza que los bienes de la tierra son para todos!
Jesús señala también alguna característica de la gente "suertuda" : en primer lugar, ellos son misericordiosos y solidarios, participan o comparten para que nadie pase necesidad. La primera condición del Reino de Dios es: ¡poner todo en común ! También son promotores de la paz, eso es, promotores del bien personal y universal. En el Reino uno es feliz sólo cuando todos lo son.
Pero el cambio socual no es fácil. Cristo anuncia que, igual que él, sus seguidores sufrirán persecuciones de los poderosos y ricos, porque ponen en peligro sus privilegios.
P. Eduardo Rivera, ssp

miércoles, 26 de enero de 2011

DOMINGO 03 DEL TIEMPO ORDINARIO


REFLEXIÓN BÍBLICA DOMINICAL                         Oscar Montero Córdova   SDB

DOMINGO 03 DEL TIEMPO ORDINARIO
Año A 2010 – 2011              

“Luz y vocación para construir el Reino de Dios”



            “El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y en sombras de muerte, una luz les brilló”. (Is 9, 1; Mt 4, 16). No pocas personas en el mundo de hoy formamos parte de ese pueblo que habita en tinieblas y en sombras de muerte. Nuestra existencia y la historia de nuestras ciudades se tiñen constantemente de asesinatos, suicidios, robos, depresiones, rupturas familiares, fracasos escolares, abortos, pedofilia, etc. toda una verdadera cultura de muerte. Al parecer, nos falta la esperanza del profeta Isaías y la fe de evangelista Mateo para ver cumplida en su plenitud la gran promesa. Si los tuviéramos delante de nosotros les diríamos con todo el desparpajo del mundo: “De lo que anunciaron ustedes, sólo se cumple la mitad de las dos frases; porque la luz grande ni su brillo nos han llegado todavía”.

Y es que la presentación de Jesús como “luz del mundo” (Jn 8, 12) o “luz de los hombres” (Jn 1, 4) no anula en ningún momento la libertad de este mundo y la de las personas que lo habitamos. “Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron” (Jn 1, 11). Si todavía no alcanzamos a ver el brillo y la luz de Cristo en nuestra existencia y en la historia de nuestras ciudades, no es porque sea ineficaz la salvación que Él nos trajo. Simplemente, nos hemos cerrado a ella, y Dios no fuerza ningún corazón ni ninguna mente. No en balde, santa Teresa de Jesús repetía que “todo el daño que viene al mundo es de no conocer las verdades de las Escrituras”.

Por esto, junto al tema de la luz, el evangelista nos propone el tema de la conversión. “Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: -«Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos.»” (Mt 4, 17). Y es que Dios quiere que cuanto antes impere la luz de su reino: la justicia y la paz, la verdad y el amor, la solidaridad y el respeto, la unidad y la comprensión… Pero nos equivocamos si pensamos que el advenimiento del Reino de Dios o de los cielos –los judíos por respeto al nombre de Dios, preferían usar esta expresión- anula nuestra capacidad de decidir por nosotros mismos. La llamada a la conversión de parte de Jesús apela a toda la riqueza de nuestra persona: nuestra mentalidad, nuestra voluntad, nuestros deseos, nuestra manera de ver la vida, nuestras relaciones personales, nuestros talentos, nuestras debilidades. ¡No podré ver el Reino de Dios –la luz que vence a las tinieblas, la vida que vence a la muerte- si antes no hago el esfuerzo de cambiar!

“Vengan y síganme, y les haré pescadores de hombres” (Mt4, 19). Y es que para que su luz llegue a todos y para que su Reino se instaure en todo grupo humano, Dios llama a todos los bautizados a una vocación particular. Y miren que digo “a todos los bautizados”. Y es que en nuestro lenguaje hemos equiparado la vocación a cuestión de curas, religiosos y monjas. ¡No! La vida es, siempre y para todos, vocación. De Dios recibimos un don  -sacerdocio, vida consagrada, matrimonio, familia, profesión- pero con el don viene una tarea –predicar, confesar, educar, curar, asistir, servir-.

No olvidemos este hermosa ecuación: REINO DE DIOS = LUZ x VOCACIÓN. Dios me llama (vocación) para que su Evangelio (luz) llegue a las tinieblas de mis hermanos y hermanas y así todos veamos edificarse su Reino de justicia y de paz en toda raza, pueblo y nación. 


martes, 25 de enero de 2011

La CONVERSIÓN de SAN PABLO

La CONVERSIÓN de SAN PABLO
(ca. 35) magnificat.ca

La conversión de San Pablo es uno de los mayores acontecimientos del siglo apostólico. Así lo proclama la Iglesia al dedicar un día del ciclo litúrgico a la conmemoración de tan singular efemérides. "Era, se ha escrito, la muerte repentina, trágica, del judío, y el nacimiento esplendoroso, fulgurante, del cristiano y del apóstol". San Jerónimo lo comentaba así: "El mundo no verá jamás otro hombre de la talla de San Pablo".

Saulo, nacido en Tarso, hebreo, fariseo rigorista, bien formado a los pies de Gamaliel, muy apasionado, ya había tomado parte en la lapidación del diácono Esteban, guardando los vestidos de los verdugos "para tirar piedras con las manos de todos", como interpreta agudamente San Agustín.

De espíritu violento, se adiestraba como buen cazador para cazar su presa. Con ardor indomable perseguía a los discípulos de Jesús. Pero Saulo cree perseguir, y es él el perseguido. Thompson, en El mastín del cielo, nos presenta a Dios como infatigable cazador de almas. Y cazará a Saulo.

"Cuando Jesús se evade del grupo de sus discípulos, dice Mauriac, sube al cielo y se disuelve en la luz, no se trata de una partida definitiva. Ya se ha emboscado en el recodo del camino que va de Jerusalén a Damasco, y acecha a Saulo, su perseguidor bienamado. A partir de entonces, en el destino de todo hombre existirá ese mismo Dios al acecho".

Mientras Saulo iba a Damasco en persecución de los discípulos de Jesús, una voz le envolvió, cayó en tierra y oyó la voz de Jesús: Saulo, Saulo ¿por qué me persigues? Saulo preguntó: ¿Quién eres tú, Señor? Jesús le respondió: Yo soy Jesús a quien tú persigues. ¿Y qué debo hacer, Señor?

Pocas veces un diálogo tan breve ha transformado tanto la vida de una persona. Cuando Saulo se levantó estaba ciego, pero en su alma brillaba ya la luz de Cristo. "El vaso de ignominia se había convertido en vaso de elección", el perseguidor en apóstol, el Apóstol por antonomasia.

Desde ahora "el camino de Damasco, la caída del caballo", quedarán como símbolo de toda conversión. Quizá nunca un suceso humano tuvo resultados tan fulgurantes. Quedaba el hombre con sus arrebatos, impetuoso y rápido, pero sus ideales estaban en el polo opuesto al de antes de su conversión. San Pablo será ahora como un fariseo al revés. Antes, sólo la Ley. En adelante únicamente Cristo será el centro de su vida.

La caída del caballo representa para Pablo un auténtico punto sin retorno. "Todo lo que para mí era ganancia, lo tengo por pérdida comparado con Cristo. Todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo. Sólo una cosa me interesa: olvidando lo que queda atrás y lanzándome a lo que está delante, corro hacia la meta, hacia el galardón de Dios, en Cristo Jesús". Pablo es llamado "el Primero después del único".

La vocación de Pablo es un caso singular. Es un llamamiento personal de Cristo. Pero no quita valor al seguimiento de Pablo. En el Evangelio hay otros llamamientos personales del Señor, como el del joven rico y el de Judas Iscariote, que no le siguieron o no perseveraron. "Dios es un gran cazador y quiere tener por presa a los más fuertes" (Holzner). Pablo se rindió: "He sido cazado por Cristo Jesús". Pero pudo haberse rebelado.

Normalmente los llamamientos del Señor son mucho más sencillos, menos espectaculares. No suelen llegar en medio del huracán y la tormenta, sino sostenidos por la suave brisa, por el aura tenue de los acontecimientos ordinarios de la vida, Todos tenemos nuestro camino de Damasco. A cada uno nos acecha el Señor en el recodo más inesperado del camino.

domingo, 9 de enero de 2011

EL BAUTISMO DE JESÚS


Reflexión dominical 09.01.11
EL BAUTISMO DE JESÚS

Hoy celebramos el bautismo de Jesús. Con él se completa la triple teofanía que la Iglesia celebra en estos días.
Epifanía viene a significar lo mismo que teofanía, es decir, la manifestación de la divinidad.
Pues bien, en estos días hemos celebrado la manifestación de Dios a los Magos de oriente y hemos visto cómo los condujo milagrosamente, mediante una estrella especial que apareció en el cielo. Ellos representan a toda la humanidad que no pertenecía a Israel, que era el pueblo elegido por Dios en el Antiguo Testamento.
Por eso escribe San Pedro Crisólogo:  
“Hoy el gentil, que era el último, ha pasado a ser el primero, pues entonces la fe de los Magos consagró la creencia de las naciones”.
En segundo lugar, estamos celebrando el milagro de las Bodas de Caná en el que Jesucristo  manifiesta su poder divino por primera vez. El mismo santo explica la profundidad que encierra este milagro, signo de la Eucaristía:
“Hoy Cristo, al convertir el agua en vino, comienza los signos celestes. Pero el agua había de convertirse en el misterio de la sangre, para que Cristo ofreciese a los que tienen sed la pura bebida del vaso de su cuerpo, y se cumpliese lo que dice el profeta: Y mi copa rebosa”.
La tercera epifanía es el bautismo de Jesús:
“Hoy Cristo ha entrado en el cauce del Jordán para lavar el pecado del mundo. El mismo Juan atestigua que Cristo ha venido para esto: Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Hoy el siervo recibe al Señor, el hombre a Dios, Juan a Cristo”.
Pero, al hablar del bautismo, hay que tener en cuenta que Jesús no se acercó al Jordán buscando el perdón de los pecados. Jesús es Dios verdadero y ni podía pecar ni tener inclinación alguna al pecado.
Por lo demás, el bautismo de Juan no era un sacramento para quitar los pecados ya que los sacramentos los instituyó Jesús mismo posteriormente.
El bautismo de Juan era sólo un acto penitencial para que la gente cambiara de vida, se volviera a Dios y se preparara a recibir al Redentor.
Juan, con palabras similares a las que empleó Jesús al iniciar su predicación, pedía al pueblo la conversión con estas palabras:
“Conviértanse porque está llegando el Reino de Dios”.
La liturgia de hoy es muy rica y de mucha importancia desde los primeros tiempos de la Iglesia. Reflexionemos sobre algunos detalles que nos presenta el Evangelio del día:
* Lo primero que admiramos es la presencia de la Santísima Trinidad:
El Padre, que por ser espíritu puro no se puede ver, se hace presente mediante una voz que nos habla de su Hijo.
El Hijo, segunda Persona de la Trinidad, que está en el río Jordán con su cuerpo y alma humanos, pidiendo humildemente el bautismo de penitencia al Precursor.
El Espíritu Santo, a su vez, se hace presente bajo la forma de paloma porque también es imposible verlo.
* En segundo lugar admiramos cómo esta presencia de Dios hace feliz a Juan que se había sacrificado tanto, preparando la llegada del Mesías. Es él mismo quien afirma:
“Yo he visto que el Espíritu bajaba desde el cielo como una paloma y permanecía sobre Él. Yo mismo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y permanece sobre Él, ése es quien bautizará con Espíritu Santo”. Y como lo he visto doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios… Por eso mi alegría ha llegado a su plenitud”
* En tercer lugar admiramos la exaltación de Jesús hecha por Dios Padre, afirmando: “Este es mi Hijo, el amado, el predilecto”.
Dios no puede revelarnos nada más maravilloso: en ese hombre, que parece “uno de tantos”, habita la divinidad, es Hijo verdadero de Dios. Por eso nos puede salvar.
Pedro, en la lectura de hoy, nos recuerda a Jesús de Nazaret ungido por “Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con Él”.
Dos ideas nos dejan muy claras los Santos Padres para nuestra meditación de hoy:
“Cristo se hace bautizar, no para santificarse con el agua, sino para santificar el agua… mediante el contacto de ésta con su cuerpo”. Así el agua nos podrá purificar a nosotros.
De la misma manera “el Hijo Unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo… sino para nosotros”, ya que en su naturaleza humana, santificada por su Divinidad, estamos todos incluidos y así por Él podremos ser santificados.
Ante este gran misterio, la Iglesia, admirando a Jesucristo, verdadero Dios, nos hace repetir en el salmo responsorial: “Bendice alma mía al Señor. ¡Dios mío, qué grande eres!”.
Grandeza en la divinidad del Dios verdadero y grandeza de aquel que, siendo hombre, es el único Dios con el Padre y el Espíritu Santo.

  José Ignacio Alemany Grau, Obispo